DE LO QUE SÉ DE MÍ
Hola, Ardillita:
Que te echo de menos es un hecho. Pero este echar de menos tiene una forma hueca que, a pesar de intentar llenar con palabras de ti y de nosotros, no consigo que obtenga solidez alguna.
Cada vez que pienso en él, el recuerdo de la fisionomía de tu rostro adopta alguna de las tantas expresiones con las que lo observé: sorpresa, alegría, emoción, decepción, complicidad, placer... Ahora que no te encuentras cerca, revivo el mirar todas esas formas como si realmente estuvieran ocurriendo en mi retina en el momento en que las pienso.
Al igual que tu mirada, tu gesto, tu sonrisa, tu fragilidad… aún recuerdo el darte un abrazo; ese con el que te atrapo y cubro delicadamente desde tu espalda, mientras recorro tus delgadísimos brazos con mis manos. Y cómo, mediante esa moción, tratando de acariciar tu piel, esta se me escapa, pues mis dedos resbalan ante su tacto tan liso y suave cual carne recién nacida.
También, cuando menos me lo espero, siento el impulso de darte la mano y caminar juntos, despacio, balanceando lento y de alante atrás el puño de diez dedos entrelazados que formaban nuestras dos dadas juntas. De este modo, paseamos junto al gran río de aquella ciudad en la que dimos el uno con el otro por primera vez y vemos cómo, con la caída de la tarde, las luces y farolas de la ciudad la van alumbrando mientras olemos el sonido del agua que se cuela entre la atracción de nuestras miradas y sonrisas.
Hablamos o callamos, y, a veces, nos acercamos demasiado como para que uno de los dos no ceda ante la oportunidad de dar un beso fugaz en la boca al otro. Pero si en uno de esos acercamientos no alcanzamos a sostener la atracción del imán, del olor o del calor del rostro ajeno, atraca nuestro paseo junto al río y se enfrentan nuestras rodillas. Paramos y nos vamos. Flotamos y nos evadimos frente a frente, entrelazando de forma paulatina e intensa todos los dedos que, inquietos, se les quieren escapar a las palmas para pasar a recorrernos los cuerpos. Mientras, nuestros labios se tientan, se rozan y se besan ya inexorablemente y sin descanso.
Es entonces cuando vuelvo a despertar y reconozco lo agridulce de mi fantasioso recuerdo. Me doy cuenta de que, al igual que tus labios, tus manos y tu cintura, estás tú toda demasiado lejos ahora.
Y con otro hecho termino: que te sigo queriendo.
Tu Pequeñín

Sé que si algún día decidiera viajar hasta ti no me ibas a escuchar, pero, a pesar de ello, puedo escribirte esta carta, pidiendo que me leas ya sea por solo encima. Mientras tanto, yo seguiré esperando que, tal vez un día, me permitas leértela en voz alta y sin dejar de mirarte a los ojos; pues para entonces habré grabado ya cada palabra de cada línea de estos párrafos en mí cerebro, de tanto leer y releer esta carta, esperando que ese momento llegue.